La blanca antivirgen se levanta
de la cama como ágil y veloz pantera,
se alivia, se ducha y se ondula el pelo
mientras engulle un café con magdalenas.
La castiza diablesa sale a la calle
sin confundir piedra con asfalto ni limo con acera,
no tan cristianos vientos la obligaron a escoger,
y escogió fuego por adentro y frío por afuera.
La bella asesina ha visto sangre correr
como torrentes detrás de sus caderas,
para al final conformarse con horchata,
eso sí, dulce y de chufa verdadera.
Hay una blanca antivirgen que me descontrola
mientras la diablesa me aloca la mollera
y la bella asesina dispara su pistola.
¡¡ Ay, si se funden en una, que bello lo que me espera !!
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