Sábanas planchadas e
impolutas
acariciando la piel del amanecer
en la plácida incomodidad burguesa.
Desayuno familiar
sedante de pasiones
sobre la mesa de mantel inmaculado
tras muros aislantes del frío callejero,
idílicos bosques y jardines
enmarcados en las límpidas ventanas.
Besos de despedida de
diario,
roles aceptados, paseos,
seguridad, vestidos de domingo,
compromiso en las visitas,
en apariencia, nada turbador.
Gente amada
acompañando la visita de la
Parca ,
lacrimales encendidos y caricias en las sienes,
nunca faltarán las flores en el mármol
liso y blanco de las tumbas
de las vidas ejemplares.
“Agua y aceite”.
Amarillas de humos
las paredes
y mugre en los muebles y en el alma
del patético aventurero solitario,
que se enamoró de a quien nunca debió amar
después de haber catado todos los licores.
Paisaje de antenas y
azoteas
difuminadas por la parda suciedad
de los vidrios de ventanas que resuellan
al contacto de los vientos
que cubren con escarcha los rincones de la casa.
Solitaria será su
muerte sobre un húmedo empedrado
o en la desangelada orilla de un mar gris
que no derramará una lágrima,
solo cardos adornando las paredes
del nicho solitario y sórdido,
averno de rescoldos sempiternos
para el loco soñador
que osó retar al mundo de los cuerdos.
“Aceite y agua”.
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