Cuando se produce un repentino eclipse
que no ha sido previsto
por los científicos del firmamento,
el corazón se agrieta
saturando de negros coágulos
todos los rincones del pecho.
He de olvidar los planes que tenía preparados
para el viejo acantilado solitario,
ahora las lujosas casas y los paseantes
no dejan espacio para los suicidas.
Tal vez la salida sea rodar sobre cauchos
por las angostas carreteras
que frecuentan los cangrejos viajeros
que, despavoridos, huyen del frío.
Escribir unos versos, los mejores,
los más sentidos
… los últimos.
Una vez alcance el duro desierto calizo
donde sólo los escorpiones somos bienvenidos,
podré entrenar con constancia
hasta que mi dolorido espinazo
sea atravesado por mi propio aguijón.
… Y si no, siempre queda el recurso
de regresar a mis viejas cloacas,
sería como morir sin morir,
como volver a la placenta donde me engendré
… pero allí no hay serpientes
y las ratas suburbanas
nunca comen arácnidos.
No parece quedar una senda hacia la redención.
(Tano)