No es lineal el
tiempo,
ni lo son las imágenes
que vuelven ante los
ojos
de los intestinos sensibles
a las llamas que apagaron las lluvias.
Se ven las manchas
dulces,
las colillas apuradas
y los restos de alcohólicos vasos
que la nieve eliminó
de la frecuentada lápida
del camposanto solitario.
Humos resucitados
causantes de carcajadas
en bocas de gente ajena
ciegan de nuevo los ojos.
El crepitar de las
ascuas
tras la puerta del infierno
acompaña las tonadas,
las podridas almas lácteas
visten de nuevo la mesa
rodeada de sombras felinas
y de cómplices miradas.
Vuelve a sonar el
ladrido
de la joven cantaora
que vuelve de la aventura
de haber cantado a la luna
en la soledad bucólica
de la noche más oscura.
Fugaz regreso de
fantasmas,
un desacato a la lógica
reflejado en un instante
sin importancia ninguna.
Quizá algo de fiebre.
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