HIEL

 De nuevo deja ver mi translúcido pellejo

las manchas de grasa

arrancada a las aceras de sueltas baldosas

en mis delirantes revolcones

entre escupitajos tísicos

de gentes sin piernas

con úlceras por piel.

 Un arco iris analfabeto

presuntuoso y salido

eyacula vulgar agua destilada

en su interminable masturbación;

insípido flujo

que la boca de una mujer ciega de amor

saborea jurando que sabe a miel.

 Ni tan siquiera consiguen sacarme

de mi baño de estiércol

las muchachas que iluminan las aceras,

a mi tan sólo consiguen

destrozarme los sentidos

con sus insolentes voces

y con sus grotescas poses

de maniquíes de Cortefiel.

 Las dulces risas

de los niños en los parques

se me figuran tétricos coros

para los histéricos gritos de viejos desdentados,

sumidos en la demencia,

que ahogan su proximidad a los nichos

con absurdas partidas de petanca

y bebiendo vino barato

en el más cochambroso burdel.

 No es que mi mente esté enferma,

es que vive atormentada

por sentir en la frente el gota a gota

de los sueños que van licuándose uno a uno,

sin conseguir que ninguno

sea presencia real,

que permanezca a mi lado

un mínimo espacio de tiempo

en el que pueda sentir

que la llamada felicidad

no solamente se trata

de una mentira cruel.

 Huir,

sea adonde sea

es lo que puede aliviarme,

huir,

huir lejos de esta hiel.