Es un viejo, oscuro y
angosto pasillo de metro, de los de cuando yo era un chaval. Colillas,
escupitajos y manchas negras de sangre alfombran el suelo y un olor hediondo
que funde el orín con lo mohoso inunda mi cerebro y marea mis sentidos.
Camina junto a mí mi
compañera. Parece, al contrario que yo, despreocupada. Sus pasos son ligeros, me
cuesta trabajo seguirla hasta el andén donde se acumulan carteles y, en el suelo,
vidrios rotos de botellas.
Un tren vetusto y
tuerto aparece por el túnel, no hace ruido, frena ante nosotros y comprobamos que
las puertas venían abiertas. Al entrar observo que el vagón está vacío. El
suelo es de vieja moqueta podrida empapada en parte de inexplicables fluidos, y
las luces parpadean con el ajetreo. De tres en tres los escasos asientos se distribuyen
de forma irregular. Los respaldos van remachados a paredes ensuciadas por
pintadas macabras.
Sobre una de las
bancadas destaca, asquerosamente blanduzca y pálida, una pierna amputada desde
el tobillo a la ingle. Ni rastro de sangre muestra el tétrico fiambre. Arrastro
a mi amada a otro punto del vagón para evitar que lo vea, pero ella ya lo ha
visto y no ha mostrado asombro. Sospecho que el exagerado movimiento dará con
la pierna en el suelo. Mi amorcito parece ausente, mirando al vacío, el rostro
relajado, nada parece afectarle.
Cae la pierna sobre
la pútrida moqueta y una brusca llamarada brota de uno de sus extremos. Se
extiende la llama sobre las manchas del suelo a modo de reguero de pólvora, y
de repente…¡cambia el escenario!. Veo el vagón repleto de gente deforme, como
muertos manipulados por Satán; como moldeados por Él. Están escuchando una dulce
y muy pegadiza melodía. ¡Es mi chica la que canta con voz de niña!. Se expresa
en un idioma extraño y la música suena a muerte repetida y acompasada.
Justo al terminar la
canción el vagón desaparece en un enorme estallido negro y de repente nos
encontramos caminando por otro pasillo nauseabundo y largo que finaliza en unas
escaleras angostas rematadas por un recodo que no deja ver más allá.
Avanzamos por el
pasillo, yo aguanto la respiración todo lo que puedo y giro mi cabeza a la
izquierda prevenido por el malencarado individuo con sombrero que se encuentra
apoyado en la pared. La penumbra del lugar no me había permitido verle hasta
entonces. Es alto y fuerte y lleva las dos manos guardadas en los bolsillos.
Comienza a seguirnos y no tengo la mínima duda de que a la vuelta del recodo,
tras la escalera, estará esperando un compañero para entre ambos atacarnos. En
el resto de la instalación no hay absolutamente nadie y el sonido de las
pisadas resuena como martillazos en el yunque de un herrero.
Tal como preveía, al
girar el recodo otro individuo se une a la persecución descaradamente. Este es
exageradamente alto y con una figura absolutamente asimilable a la idea que
solemos tener del Conde Drácula. Lleva una especie de montera goyesca y tiene reflejos
de mil colores en el arrugado rostro, como si alguna vez se hubiera quemado en
su totalidad. Mi adorada acompañante continua impasible, pero a mi ya no me
sorprende, además estoy demasiado ocupado en controlar los movimientos de mis
dos inmediatos rivales de lucha a muerte.
Yo estoy prevenido,
pero tranquilo. Llevo mi mano izquierda dentro de mi bolsillo sujetando la más
afilada de mis navajas. Soy consciente de que no tendré ningún problema para
acabar con sus vidas, si es que la tienen, pues soy bueno utilizando los cortes
y no siento aversión por los cadáveres ni por la sangre. Tengo la sensación de
haber matado a muchos anteriormente. Me resultará fácil, tan sólo se trata de
esperar el momento oportuno.
Este no tarda en
llegar. El último en unirse a la persecución se acerca a mi rápidamente, pero
según se va aproximando va encogiendose hasta convertirse en un individuo con
el mismo aspecto pero que apenas levanta un metro del suelo. Sin esperar a que
se acerque y sin siquiera sacar la navaja le lanzo una patada a la cabeza. Esta
sale rodando arrancada de su cuello, del que mana un espeso líquido azul que corroe
el suelo del pasillo como si de un ácido se tratara. La cabeza queda allí
inmóvil mientras el resto del cuerpo sale corriendo pasillo adelante emitiendo
una especie de chillidos mezcla de histeria y ecos de ultratumba, a la vez que
desprende sonoras llamaradas de un rojo ocre, y desaparece.
El otro individuo, al
contemplar la escena, huye despavorido escalera abajo, rebotando de pared en
pared. Emite los mismos sonidos insoportables que el anterior y las mismas
llamaradas hasta que se volatiliza de repente en un humo que inunda todo de
olor a vertedero hasta que se esfuma rápidamente pasillo adelante.
Sin cambiar de
aspecto ni de olor el escenario, de repente empieza a circular gente como si
todo estuviera normal, y mi compañera se dirige a mi por primera vez. Me mira
con ojos de pánico y con voz ronca me dice: ¡fuera, aparta de mi tu aura…eres
muerte…eres muerte…!. Repentinamente la veo envuelta totalmente en llamas,
también de color negro, y se va corriendo entre la gente mientras en el suelo
deja una huella continua y desigual como de cera negra derretida. La veo
desaparecer por el fondo del pasillo mientras todo el lugar apesta a bencina.
Todo se ha quedado
vacío repentinamente. Estoy yo solo envuelto en un charco de sudor y una fuerte
angustia y ansiedad apenas me permiten respirar. Después de ver como todo se
iluminaba de un blanco levemente rojizo y cegador ya no recuerdo más.
Ahora han pasado los
días. Me encuentro en el sofá de casa escribiendo esto, que supongo que es la
confesión de un hecho grave cometido, pero no consigo encontrar ninguna prueba
para autoinculparme ante la autoridad, si es que en aquel sitio en que estuve
tiene juridisción algún tipo de autoridad.
Pero con regularidad
continúan los sudores y la ansiedad. Y eso sí, aquella cancioncilla que ella
cantó ese fatídico día sigue resonando continuamente en mi cabeza. Sigo sin
saber si ese idioma alguna vez existió. Tampoco he conseguido encontrar una
melodía similar por ninguna parte, a pesar de tratarse de lo que se entendería
por una melodía facilona.
(Tano)
P.D.: “si alguien ha
tenido la paciencia y el mal gusto de leer esto hasta el final, que no le busque metáforas
ni dobles sentidos; es tan sólo un relato; lo cuento tal y como ocurrió,…o
quizá como sigue ocurriendo,…¡o quizá como ocurrirá!”.