Maremoto tectónico,
el blando hipocentro genera las olas
que invaden valles torneados
y anegan blancas praderas
salpicadas de rosas alhajas
jadeantes por sentir en sus surcos
la labor de su dueño.
Alcanzan las aguas
la cumbre del negro volcán
dilatando las rocas de lava,
abriendo la entrada del cráter
que ansía su fuego apagarse
permitiendo gentil el paso
al penitente bombero
y al fragor caudaloso
de la boca de riego.
Descansa la tierra
abrazada al dios del tsunami
que al cubrir de licor de sal
su rediviva corteza
trastocó todos sus caminos,
transformó en arroyos de barro
sus cauces resecos,
sacó brillo a sus pardas lagunas
y logró con viento y marea
hacerla fertil de nuevo.